lunes, 10 de marzo de 2008

El parto y la revolución

Pilar Maestri


En estos momentos de cambios profundos, cuando avanzamos hacia una sociedad más humana, en la que mujeres y hombres como colectivo debemos asumir el protagonismo de la dinámica social, tal como refiere nuestra carta magna, no podemos dejar de revisar nada de lo que creemos cierto, de lo que nos fue impuesto como «ciencia», de todo aquello que está impregnado por la ideología dominante. Hoy le toca el turno a la manera en la que actuamos ante el nacimiento de un nuevo ser.

La forma en que la sociedad ha ido organizándose para producir desde que la humanidad es tal, ha generado formas de división del trabajo. Según Engels, «el acto de procrear inicia la división del trabajo»[1] y es la división entre el hombre y la mujer, contradicción no superada hasta la actualidad, aunque sí modificada como los modos de producción.

Hasta el feudalismo, lo privado -puertas adentro del hogar- era competencia del género femenino. El hombre se encargaba de lo público, de lo que estaba fuera del ámbito familiar.

De esta manera, aunque oprimida, la mujer tenía a su cargo asuntos como la manufactura de las prendas de vestir, la elaboración de la comida de la familia y, sobre todo, lo que originó la división de trabajo: la reproducción. No en vano, surge en todas las sociedades el trabajo de las parteras, mujeres con mayor experiencia que ayudaban en los procesos de parto, con una humildad increíble por tratarse de relaciones entre iguales.

La parturienta tenía en esta relación autonomía de movimiento y poder de decisión, alivio por encontrarse en un espacio familiar (su espacio), que suponía una intimidad celosamente custodiada por la matrona y las otras mujeres de la familia. Luego la comadrona se quedaba en la casa de la madre durante el período de la cuarentena, asegurándose de que las únicas tareas de la recién parida fuesen recuperarse y cuidar de su criatura, para evitar la separación de la madre sin necesidad.

Con la llegada del capitalismo y el desarrollo de los medios de producción, entramos en una nueva etapa. El trabajo doméstico, hasta entonces privado, pasa a ser público. Una nueva forma de división del trabajo, entre lo intelectual y lo manual, condena a la mujer a cumplir con el trabajo manual. Así, se proletariza y se convierte en mano de obra barata.

La entrada de la medicina en los procesos de parto, reemplaza a las matronas. Su sabiduría popular es despreciada y calificada como no científica. Incluso son satanizadas como sucias y brujas, quedando en algunas partes como simples asistentes de los médicos. Las matronas sólo atendían aquellos estratos sociales donde no existía la capacidad de pagar al médico.

En esta nueva relación desigual médico-parturienta, el médico se considera superior por dos aspectos fundamentales: por ser del sexo masculino y por ser quien maneja la ciencia, aunque dicho manejo sea desde afuera, porque obviamente desconoce qué se siente parir.

Se saca el parto de la casa y se lleva a una institución médica, donde la intimidad se sustituye por el intimidamiento de la mujer en un espacio deshumanizado y tan parecido a una fábrica; donde pasa a ser la comodidad del operador (el médico) lo prioritario, por encima de la autonomía de la mujer, quien al resistirse es amarrada a una mesa o cama, desnuda, con otras mujeres a los lados. Lo importante es que el producto salga rápido para poder seguir con otro. No se ve como unidad a la madre y a la criatura, así que se atienden por separado.

Sin embargo, en este proceso se avanza en lo científico técnico, logrando con nuevas herramientas y medicinas como los antibióticos disminuir el índice de mortalidad materno infantil.

Pasarían muchos años para que las mujeres, sobre todo las hijas de la burguesía y de la intelectualidad, entraran al ámbito público ejerciendo trabajos intelectuales, entre ellos la medicina. Lamentablemente no introdujeron la visión del género, sino que reprodujeron la ideología dominante: la patriarcal, aún vigente.

Qué bueno sería que en esta revolución recojamos lo mejor de las dos experiencias para que salga una síntesis con perspectiva de clase, donde la mujer, entre otras cosas, ahora en compañía de la pareja, rescate su protagonismo. Que la mujer pase por deshegemonizar la información, pero también por rescatar el carácter íntimo y familiar, aunque sea en un hospital, donde se puedan utilizar todas las herramientas que ha aportado el desarrollo científico técnico de una manera más humana.

En esto, falta mucho por hacer. Empero, es un avance la incorporación en la ley de medidas contra la violencia obstétrica, así como la reivindicación de esa otra forma de nacer por parte de instituciones y personas en toda Venezuela. Una nueva realidad para todas las madres de Venezuela es posible. Tenemos la tarea de construirla.

[1]: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Engels, Federico.

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